Solo restan dos semanas para que Donald Trump se haga cargo de la presidencia de los Estados Unidos. Dos semanas que vienen “alteradas” por atentados sin destinatario preciso. Uno de ellos con consecuencias mortales.
Sin dudas, llama la atención y por mucho que los organismos de seguridad -en particular, el FBI- insistan en que se trata de hechos y de presuntos culpables aislados, la velocidad de la secuencia resulta cuando menos inaudita.
En el comienzo de año, se produjo el decomiso de 150 bombas artesanales en una granja de Virginia, próxima a la ciudad de Washington. El sospechoso se entrenaba baleando fotografías del aún presidente Joe Biden y calificaba, en las redes, al magnicidio como método de acción política.
El mismo día -01 de enero- ocurrió el atentado con un vehículo lanzado a toda velocidad en Bourbon Street, calle principal de la sureña ciudad de Nueva Orleans, que dejó un saldo de quince muertos y 35 heridos.
Su autor, un ex militar norteamericano de origen árabe.Radicalizado al punto de haberse sacramentado como integrante del grupo terrorista Estado Islámico (EI).
Dos días después, una pick up Tesla explotó frente a un hotel del propio Trump en la ciudad de Las Vegas. La camioneta se incendió por completo. En su interior, fue encontrado el cadáver de otro militar norteamericano quien, previamente, parece haberse suicidado con un tiro en la sien. Raro, muy raro.
No es, por cierto, habitual que en el lapso de tres días se verifiquen tres hechos de esta naturaleza. No parecen tener vinculación entre sí. Pero es, cuando menos, apresurado afirmar que se trata de meros “actos individuales”, como se “agolpan” en argumentar las fuerzas de seguridad.
Como sea, a quince días de una ascensión presidencial, disparan una alerta de proporciones. O deberían hacerlo.
Violencia verbal
Sin dejar de guardar las proporciones, los hechos descriptos parecen estar inmersos en una ola de violencia verbal desatada tras el triunfo electoral de Donald Trump. Violencia verbal que afecta no tan solo a minorías sino a estados extranjeros.
A las “barbaridades” de una incontinencia de proporciones por parte del presidente electo como afirmar que Canadá debería ser un estado de los Estados Unidos; o que “comprará” Groenlandia -que no está en venta, ni mucho menos- a Dinamarca; o que retrotraerá la soberanía sobre el Canal de Panamá para Estados Unidos, hay que agregar las propias del nuevo asesor “estrella”, el volátil Elon Musk.
Como modelo clásico de “reciente” ultra rico, Musk se imagina a sí mismo como alguien “más allá del bien y del mal”. Así invade áreas que deberían corresponder al futuro -y callado- secretario de Estado, el senador Marco Rubio.
Para peor lo hace inmiscuyéndose en cuestiones internas de terceros países. Así apoya a Alternativa para Alemania (AfD) para las elecciones de febrero próximo en ese país.
O aún más grave, llama a derrocar y, caso contrariovaticina una…guerra civil, al gobierno laborista del Reino Unido de la Gran Bretaña.
No se trata de meras afirmaciones de un irresponsable, avalado por el silencio del presidente electo. Se trata del propietario de la red X. Por ende, de alguien capaz de orquestar campañas de desprestigio -como de hecho lo hace-contra el primer ministro inglés KeirStarmer, a quien acusa de “dirigir un estado policial tiránico” (sic).
Tras los desvaríos de Musk, siempre surge una constante: el apoyo a lospartidos autoritarios, en particular aquellos que se reivindican como de extrema derecha. Es el caso del AfD alemán o el de un insignificante político británico condenado por la justicia de ese país tras un proceso con las debidas garantías.
El avance autoritario
Parece contradictorio. Y es que, con algunas notorias excepciones, los pasados últimos dos años, a través de elecciones más o menos libres, miles de millones de personas votaron en el mundo.
Pero no fue un avance de la democracia. Al menos para quienes creen en la separación de poderes, en la independencia de la justicia, en la tolerancia, en el respeto por el disenso.
A tal punto, que fue acuñado un nuevo término para encuadrar la mezcla del sufragio con el autoritarismo: “iliberal”. Así ahora hablamos de “democracia iliberal”.
Parece ser el turno de los extremos. De derecha o de izquierda frente a una opacidad creciente del centro. Sobre todo, tras el triunfo de Donald Trump. Por supuesto que no se trata de computar a dictaduras como China o Corea del Norteo Cuba dentro del bando “iliberal”.
De momento una cosa es autoritarismo y otra dictadura. Pero la frontera se difumina. Parece como que los autoritarismos “anhelan” llegar al estado que consideran “superior”.
Pruebas al canto: la Hungría de Orban, la Eslovaquia de Fico. O la Venezuela de Maduro y la Nicaragua de Ortega. Todos votan. Los dos primeros con elecciones relativamente libres. Los segundos, a puro fraude y proscripciones. Veremos donde se ubicará el nuevo gobierno norteamericano al respecto.
Con todo, aunque en menor medida el “centro democrático” recibió algunas buenas noticias. En India, Brasil y Polonia, el centro venció o avanzó sobre los extremos.
Pero, el resultado final sobre sesenta países con elecciones durante 2023 arrojó 31 a 29 a favor de los autoritarismos. Con una manifiesta tendencia al crecimiento autoritario en detrimento de la democracia tradicional.
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